viernes, 23 de mayo de 2008

Horton: un elefante que no está tan tostado como parece

Desde la época aquella en que la gente se rió con ganas de un tipo llamado Walt Disney por tener la descabellada idea de hacer un largometraje de dibujos animados han pasado muchos años y miles de millones de cuadros de animación. Y si me preguntaran cual ha sido el cambio más radical desde el estreno de Blancanieves y los Siete Enanos, yo no hablaría ni de los gráficos por computadora, ni de las tramas... ni siquiera hablaría de las cantidades industriales de animados que nos meten por las retinas todos los años. Yo diría que el cambio más violento ha sido el público, ni más ni menos.

Y es así. Quien recuerde su infancia, podrá rememorar esos interminables llantenes a los que uno sometía a sus padres para que lo llevaran a ver el largometraje de comiquitas recién estrenado. Para los adultos era así como que un deber medio fastidioso. Una tarea más de ser padres, o tíos, o novio de chama con hermanit@ pequeñ@.

Hoy en día, somos MILLONES los adultos que nos acomodamos en las salas cada vez que sale una película animada. Y yo que tengo la suerte de no haberme reproducido aún voy sin ningún crío que cuidar. Todo por voluntad propia. Algo impensable de cualquier mayor de edad hace cincuenta años. Y no es sólo por los momentos para adultos en las comiquitas. Es porque uno puede encontrarse con joyas de la narrativa como Horton y El Mundo de Los Quién.

Basada, como muchas otras adaptaciones, en un libro infantil del Dr. Seuss, me senté en la butaca esperando un montón de situaciones tan absurdas como hilarantes, y la verdad los estudios Blue Sky no solo no me defraudaron, sino que se lucieron al sobrepasar la obra originaria en cuanto a la textura de un mundo de fantasía que uno consigue palpar con sentidos que no sabía que tenía. Desde las caricaturescas selvas hasta los suburbios de Villa Quién, todo es como un dulce, pero no empalagoso, postre para la vista.

Y ni hablar de los personajes. Horton el elefante es un alma libre que convive con la responsabilidad autoimpuesta del deber. Da gusto y envidia verlo nadar en las aguas del río, y produce una nada modesta solidaridad cuando se dedica tan a fondo a la tarea de ser el salvador de una civilización que nadie más sabe que existe. El Alcalde, esa suerte de político de cuentos de hadas, corre de un lado para otro no solo como un funcionario público con una gran cruz minúscula sobre su nuca, sino como un padre devoto que desea ver sus sueños panternales materializados en su vástago, Jo-jo, quien pareciera ser el representante en esa película de esa misteriosa raza suburbana conocida como los emos.

Los villanos no se quedan cortos. Cangura puede tacharse de vil, pero parece ser una madre excesivamente preocupada por el bienestar de los hijos, y ¿quién no ha conocido viejas así? Y también está el representante de los matones a sueldo del mundo animal bajo las plumas de Vlad, el buitre. Como tal, se desvive por hacer que su reputación sea más grande incluso que su despensa.

La historia de heroísmo a la gringa que respalda todos estos elementos no es más que eso, es verdad. Claro, no perdamos de vista la realidad de que hablamos de un cuento escrito por el autor de Cómo el Grinch se Robó la Navidad. Los elementos de sufrimiento y redención que caracterizaron a la obra de Seuss están ahí. pero es tan sabroso volver a escuchar un cuento cuando te lo cuentan como es debido, que la experiencia alucinante resulta prácticamente inalterada.

Eso sí les digo: si después de ver Horton y El Mundo de Los Quién les da por escuchar vocecitas desde alguna clase de flor, necesitan ayuda profesional.

Mi puntuación: Cuatro estrellas y media de cinco.

Si te gustó Horton, puede que lo pases bien con El Grinch, El Gato y la saga de La Era del Hielo.