sábado, 2 de febrero de 2008

A escena

¿Alguna vez se han detenido a pensar lo dispar de algunas situaciones? ¿En la poca relación que aparentemente existe entre un proceso y su resultado? ¿En cómo hay cosas que no parecieran representar para nada lo invertido en ellas, ya sea en dedicación o esfuerzo? Se que muchos de ustedes pensaron de inmediato en sus trabajos y sus sueldos, pero la verdad yo tenía en mente algo enteramente distinto.

El caso es que hay ciertas cosas que realmente no parecen haber tomado el trabajo que tomaron, o las energías de quienes las materializaron, o los fondos de quienes las financiaron, como los espectáculos. Y es en serio. Tomen las películas, por ejemplo. La gran mayoría dura alrededor de dos horas, y nos sentamos a verlas con un pote de cotufas y un refresco obsceno en tamaño sin pensar que muchas han tardado años enteros en ser completadas. Pienso también en las horas de ensayo de una banda, o en las sesiones de maquillaje previo de los actores del teatro.

Creo que todo se resume en una cosa: entusiasmo. El mismo sentimiento que mueve a los artistas. La ilusión de ver la cosa terminada. El suspenso de ver si el público delira de pasión o de repudio. El alivio de lo completado, ya cuando todo pasa, y el recuerdo de haber sido parte de algo grande.

Y ese mismo entusiasmo lo lleva a uno a celebrar estas obras. No se, con, por ejemplo, un blog. Apaguen las luces.

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